Sobre la matriz prexistente

Ya hemos hablado en el anterior artículo de Reflexiones sobre la matriz de prexistencia. Si estás decidido (qué valor) a leer este artículo hasta el final, te recomiendo leer antes el anterior, ya que se basa en él.
A modo de resumen, la matriz de prexistencia es un enorme depósito de objetos, existentes o no. En él encontramos los objetos cotidianos, que son realmente excepciones al resto de elementos de la matriz, o elementos que tienen la extraña cualidad de hacérsenos sensibles al ser humano: una mesa, un sacapuntas, un perro. También están los objetos clásicamente inexistentes: una cuchara con ojos, una estatua de la libertad coja... etc.
Por otro lado están los objetos semitangibles, de dudosa existencia clásica: un ángel, un fantasma. Y por último los objetos potenciales u objetos que estarán en el futuro: un teletransportador de materia, una central eléctrica de fusión nuclear, ... etc (De este grupo no conocemos ninguno a ciencia cierta)
En la matriz prexistente también estamos, como no, nosotros. Cada ser humano tiene su hueco, y no sólo nosotros, sino cada ser humano que existió, existe o existirá (situándose cada uno de ellos en las categorías antes mencionadas). Si tenemos que establecer una analogía la matriz de prexistencia sería el limbo que ciertas religiones defienden. De hecho, es más que un limbo de seres humanos, es un Limbo Absoluto.

Todo esto que os cuento no está tan alejado de la realidad como parece. Os pondré un par de ejemplos.

Durante muchas décadas, a finales del siglo XIX y principios del XX, los astrónomos estuvieron buscando el noveno planeta de nuestro Sistema Solar. Se le llamó provisionalmente "Planeta X", y aunque nadie lo hubiese visto, el cálculo en las desviaciones gravitacionales del resto de planetas indicaba la presencia de un noveno planeta que diera sentido al equilibrio perfecto del Sistema. Por fin, muchos años después, en 1930 descubrieron lo que ahora conocemos como Plutón.

En 1869, Mendeleyev publicó su tabla periódica. Invirtió el orden de algunos elementos para que cuadraran sus propiedades con las de los elementos adyacentes, y dejó huecos, indicando que correspondían a elementos aún no descubiertos.
En tres de los huecos, predijo las propiedades de los elementos que habrían de descubrirse. Cuando años más tarde se descubrieron el escandio, el galio y el germanio, sus propiedades se correspondían con las predichas por Mendeleyev.

La tabla periódica era pues, una matriz de prexistencia a pequeña escala. Esto nos indica cosas aún más interesantes. Y es que, observando los huecos, estudiando de forma científica la matriz de prexistencia, podremos predecir los objetos que existirán en el futuro, que aún no han sido inventados, o las características de los objetos no sensibles al ser humano, cuyas propiedades desconocemos.
¿Cómo hubiese avanzado la ciencia si en el año 1700 los científicos hubiesen tenido acceso a un pentium IV? ¿A un microscopio electrónico? ¿A un coche? Lo mismo que podría avanzar ahora la ciencia si descubriésemos propiedades de objetos del año 2300.
Igual que el descubrimiento de Plutón se hizo extrapolando deducciones de los objetos ya observados. Igual que la distribución en la tabla periódica se hizo con respecto a elementos ya existentes y bien conocidos. ¿No podríamos, con el simple análisis de los objetos que ya nos rodean, analizar o descubrir propiedades en los objetos que existirán?

El sentido común nos dice que la tecnología para poder investigar dichos objetos está muy lejos de superar la ciencia ficción. Cuando ésta distancia se acorte y se salve, es decir, cuando la tecnología ya existente sea tan avanzada como la que obtendríamos ahora de un estudio en objetos futuros, el ser humano logrará su ansiado y vertiginoso salto tecnológico. De momento no estamos preparados, en ninguno de los sentidos.

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