Horacio y la señora gorda

El señor con sombrero entró en el autobús. Pagó su billete:
- ¡Cómo odio a la gente que no paga su billete! ¿verdad autobusero?... ¡Odio!
El autobusero cerró las puertas y contestó:
- Sí, es gente que no merece vivir.
- No señor, yo los mataría en defensa propia.
Horacio con su sombrero y su gabardina se internó en el autobús. El suelo estaba mojado porque fuera llovía y la gente arrastraba en sus zapatos el agua de la calle.
- Mire señora - dijo Horacio a la señora gorda de pelo grasiento.
- Mire como lo que era lluvia afuera aquí es una guarrería sucia y negra. La gente debería limpiar la suela de sus propios zapatos. ¿Qué pisa la gente hoy
en día? La gente no sabe pisar señora.
La señora le miraba y asintió porque estaba plenamente deacuerdo, ya no se pisaba como antes.
- ¿Qué edad tiene la chiquilla? preguntó Horacio a la señora, señalando con la cabeza a una niña de aspecto tímido que se agarraba con fuerza a su madre.
- Trece años - contestó la señora gorda
- ¿ Y ya le ha venido la regla señora? La menarquía, la primera regla. ¿Ya ha manchado las sábanas alguna vez? Usted ya me entiende.
- Aún no.
- Estas niñas, ya no tienen la regla como antes, antes con once años ya estaban sangrando como cerdas en el matadero. Ahora lo retrasan adrede señora, para poder fornicar, se empeñan en no ser seres humanos fértiles, y lo consiguen.
La señora gorda dio un tirón de la mano de su hija para captar su atención:
- ¿Ves lo que te dice el señor, Ana? Escúchale -
- Enséñeme las suelas de su hija -
Señora gorda obedeció y quitó los zapatos a su hija. Los calcetines de la niña se empaparon con el lodo negro del suelo.
Horacio pasó un dedo por la suela, se lo llevó a los labios, tocándolo con la lengua.
- Sabe a rayos - sentenció y la señora gorda reprochó a su hija con un sonoro bufido de decepción.
- ¿Qué voy a hacer contigo Ana?
- Mano dura señora, sólo eso conseguirá que pisen rectos por la vida - Horacio se limpió el dedo en la cara de la chiquilla.
- Nunca se sabe cuando abortar a tiempo señora.
- Mis vecinas me lo decían, pero no les quise hacer caso. ¿Has oído al señor, Ana? Tendría que haberte abortado sin duda. Matarte cuando eras solo un feto.
Ana se rió enseñando los huecos en su dentadura de los dientes de leche.
- El suelo está frío y sucio mami.
- ¿Te quieres sentar? - La niña asintió a la pregunta de su madre.
- ¿Y qué quieres ser de mayor niña? - Horacio se inclinó hacia ella.
Ella extendió sus piernas en el lodo del suelo. Se llevó los dedos a la boca y dijo a media voz: - Prostituta.
Horacio y la señora gorda se miraron, y sonrieron con candidez.
- Estos niños de ahora - concedió Horacio -. Soñar es gratis, es bueno que tengan ilusiones al menos a esta edad.
- Es que si no tienen ilusiones ahora, ¿Cuándo?

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